lunes, 7 de septiembre de 2009

70 y más días de resistencia contra el golpe y la sumisión

Por Manuel Torres Calderón

“Muchacha hecha de olvido
Niña triste”
Pompeyo del Valle, 1954 (*)



Introducción

El lunes 3 de mayo de 1954 los trabajadores de la Tela Railroad Company se declararon en huelga. Transcurrieron 69 días antes de finalizar. Esa era la lucha popular más prolongada en la memoria del pueblo hondureño hasta el 5 de septiembre cuando la movilización ciudadana contra el golpe de Estado del 28 de junio sumó 70 días consecutivos de una resistencia que todavía agrega fechas del calendario. Entre ambas gestas hay 55 años de diferencia y un país que no termina de encontrar su rumbo democrático,
Tantas veces se ha dicho que la memoria histórica de la sociedad hondureña es débil que vale la pena hacer una excepción, parar un momento en este tiempo de prisas y angustias y construir un puente entre dos coyunturas trascendentes, conscientes que el pasado orienta, pero no pone a salvo de lo que en el futuro puede suceder. Acudir a la historia, en este caso, la del 54 no se hace con sentido de exhumación, sino con la convicción de que es una gesta supervivientes a la censura y olvido, y fuente importante de experiencias.
Para la redacción de este reportaje/análisis y en lo que atañe a la huelga bananera, se tomó como base, de la extensa bibliografía sobre el tema, “El Silencio quedó atrás” (Editorial Guaymuras, 1994), libro de imprescindible lectura escrito por Marvin Barahona, quien de manera tenaz y valiente se ha fijado como prioridad intelectual la búsqueda de la verdad histórica. De su trabajo se extraen los hechos más relevantes de entonces, como paralelo a los que vivimos en la actualidad.


PRIMERA PARTE

Los hechos de 1954

El levantamiento obrero de 1954 no puede ser comprendido sino como el estallido resultante de una larga acumulación de hechos y resentimientos, de violación a los derechos sociales de los trabajadores y de una negativa rotunda de la Tela Railroad Company – la antigua United Fruit Company- a reconocer a los trabajadores en la plenitud de sus derechos humanos, sociales y laborales….Lo extraño de la huelga de 1954 no es que haya estallado en ese año, con la fuerza y decisión con que lo hizo: lo sorprendente es que no haya comenzado veinte años atrás.
En aquel entonces era obvio que los beneficios del crecimiento económico no favorecían a la mayoría de la población hondureña; por el contrario, los trabajadores urbanos se quejaban cada vez con mayor intensidad, incluso en los años que precedieron al de 1954, por las miserables condiciones en que vivían. Los salarios se habían estancando y su capacidad adquisitiva se había reducido drásticamente.
En octubre de 1954 debían realizarse en Honduras elecciones generales para la escogencia del presidente de la República y de los diputados al Congreso Nacional….En mayo, cuando estalló la huelga, la campaña electoral ya se había iniciado; la huelga se convirtió entonces en un componente adicional de la campaña política, que impuso un debate sobre política social, legislación laboral y reforma económica.
Las posiciones adoptadas por los partidos políticos frente a la huelga estuvieron determinadas, en algunos casos, por el compromiso ideológico y político con la transnacional y, en general, por el cálculo de la ganancia electoral inmediata. Esto motivó a los partidos a observar un comportamiento cauteloso y, muchas veces, encubierto, según su conveniencia y la de sus aliados reales y potenciales….Ninguno de los partidos (Liberal y Nacional) se pronunció a favor de los huelguistas, pero coincidían, por diversos cálculos y razones, en que la solución al problema debía ser pacífica y con la mediación del Presidente (Gálvez) y su gobierno.
Otro elemento que debe tenerse en cuenta en la conducta de los partidos políticos frente a la huelga bananera es el anticomunismo…que sería utilizada como medio para obtener múltiples ventajas….La actitud de los liberales ante la huelga puede ser calificada de temerosa y calculadora.

El contexto internacional

Al incremento de la protesta social en Honduras se sumó también una creciente inseguridad ante la agitación que vivía Centroamérica por el conflicto entre las fuerzas favorables al cambio y los centros de poder opuestos a éste….La combinación circunstancial de crisis interna y externa, le dio a la huelga una amplitud y una significación que, en otro contexto, probablemente no hubiera tenido.
El papel de la prensa nacional fue alimentar la percepción de que la huelga la sostenían agentes del extranjero. “Los pioneros de la huelga, afirmaba diario El Día, han sido entrenados en un país extranjero”.
Los periodistas, poco vinculados a la economía bananera o desconocedores de la misma, no lograban explicar la gran capacidad organizativa desplegada por los trabajadores en el transcurso de la huelga. Más aún, para los enemigos públicos de la huelga esta capacidad de organización sólo podía atribuirse a la presencia de “agitadores extranjeros” o simplemente de ”cerebros ocultos” que manipulaban la masa de huelguistas.
La estrategia mediática de la compañía fue utilizar extensamente los servicios de su Departamento de Relaciones Públicas, desde donde se acaparaban los espacios de los principales diarios, que publicaban íntegramente sus comunicados. Miles de esos comunicados eran lanzados sobre los huelguistas por los aviones de la frutera, con los cuales la compañía se proponía dividir a los trabajadores y convencerlos de que estaban siendo mal dirigidos por sus líderes o que debían animarse a negociar directamente, apartando del camino a los dirigentes intermedios. En esta etapa la Tela también realizó algunos intentos de sabotaje contra sus propias instalaciones, con el objetivo de culpar de tales acciones a los huelguistas.
De hecho, el 30 de abril de 1954 el gobierno envió una •”circular urgente” a los gobernadores políticos, ordenándoles aplicar a la mayor brevedad y de forma rigurosa y estricta las disposiciones de la Ley de Extranjería. Ordenaba la expulsión de todos los extranjeros que instigaran, fomentaran, promovieran o ejecutaran acciones que trastornaran el orden público, entre ellas “daños a la propiedad”.
Ante el papel de los medios, surgieron propuestas de información alternativas, incluso radiales: “en La Lima los trabajadores habían instalado en el campo de juego de Chula Vista un sistema de altoparlantes al que denominaban Radio Liberación, desde donde llamaban a los trabajadores a dirigir mensajes de lucha a sus compañeros”.
Posteriormente, Radio Liberación fue utilizada por los traidores de la huelga para atacar a los dirigentes más honestos y comprometidos, acusándolos de extremistas.

Las demandas de la huelga

La huelga inició el 3 de mayo, pero fue hasta el 17 que los comités locales de las cinco terminables de la Tela Railroad Company constituyeron el Comité Central de Huelga y lo instalaron en El Progreso. Una semana antes un comité provisional había presentado a las autoridades de la empresa un pliego de peticiones de 30 puntos, en los cuales reivindicaban la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Carta de Garantías Sociales firmada en Bogotá. Colombia, en 1948.
El pliego de peticiones enfatizaba en demandas de carácter salarial, debido al alza en el costo de la vida, la devaluación de la moneda nacional, el congelamiento y disminución de los salarios y la consiguiente pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, pero al mismo tiempo abarcaba una amplia gama de temas respecto al mejoramiento general de las condiciones de vida de los trabajadores bananeros en temas vitales como salud, educación, vivienda, higiene, condiciones de trabajo y contra la discriminación racial o por sexo. El respeto a la dignidad humana de los trabajadores y la minimización de las condiciones de explotación estaban en el contenido de los 30 puntos.
Lo más significativo en la conducta observada por los jefes de la Tela – respaldados por las autoridades gubernamentales- en el transcurso de la huelga fue su intransigencia y la escasa o nula voluntad de sus administradores para llegar a un acuerdo inmediato con el Comité Central de Huelga. El presupuesto básico de la gerencia era que la prolongación del conflicto le permitiría triunfar, venciendo a los trabajadores por hambre –o cansancio-, sin tener que llegar a un proceso de negociaciones que significara el reconocimiento de las demandas presentadas por los trabajadores y sus organizaciones.
La estrategia oficialista para enfrentar el conflicto tuvo dos etapas claramente definidas: desgastar al Comité Central de Huelga original y, luego de propiciar el divisionismo; apoyar de manera encubierta otro Comité Central con el que pudiera ponerse de acuerdo. Dentro de sus objetivos estaba derrotar a la dirigencia honesta, pero al mismo tiempo garantizar el control sobre sus relevos.
La táctica patronal fue aprovechar cualquier circunstancia que pudiese atribuir a los coordinadores de la huelga para romper negociaciones y prolongar el conflicto. El flanco más débil del frente huelguista estaba precisamente en La Lima, sede de la gerencia bananera. En ese lugar surgió el traidor que la compañía esperaba, un maestro de enseñanza primaria y miembro o simpatizante del Partido Nacional (Manuel de Jesús Valencia), quien apareció casualmente en la huelga, resentido con la transnacional porque meses atrás ésta lo había sancionado por actos de corrupción cometidos en la escuela donde trabajaba. A él manipuló la frutera para provocar la ruptura de la unidad entre los huelguistas. La lucha entre Valencia y los miembros del Comité de Huelga culminaría en los primeros días de junio, el 2, con la captura de los miembros auténticos del Comité de Huelga y su traslado a la cárcel de Tegucigalpa. Luego Valencia fue desechado y en circunstancias extrañas murió un año después como bandolero.
Una vez eliminado el comité auténtico y ya con dirigentes que podía controlar, la compañía en lugar de negociar inmediatamente activó la represión gubernamental. El 3 de junio, un comunicado oficial anunció que el gobierno procedería “sin complacencias de ninguna clase para reprimir cuanta actitud subversiva, individual o colectiva, advierta en el desarrollo del movimiento huelguístico de la costa norte”. En la misma fecha se ordenó la censura contra cualquier expresión periodística a favor de la huelga y se llegó al extremo de incautar hasta los “magnavoces” (altoparlantes) de los trabajadores. En Tela, se informaba entonces, se vivía un virtual “estado de sitio”.
Pese a su importancia, la huelga del 54 nunca alcanzó a ser nacional, aunque hubo huelgas en diferentes empresas del país, incluyendo en la Standard Fruit Company, donde apenas se extendió del 7 al 20 de mayo. Tampoco los campeños se plantearon desestabilizar al gobierno o la toma del poder. Fue una huelga precursora de la defensa de los derechos humanos y del nacimiento de la ciudadanía social organizada. Eso representó un paso doblemente significativo en la historia de Honduras.

Logros

El más importante de ellos – en opinión de Marvin Barahona- fue la conquista del derecho a la libertad sindical; una apertura de profundas dimensiones en el seno de una sociedad forjada en el autoritarismo y la represión, iniciando la ruptura del modelo tradicional de dominación, basado en la negación de los derechos sociales a las clases y grupos marginados. Varios años después se logró la aprobación del Código de Trabajo, la creación del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, del Instituto Hondureño de Seguridad Social y una ley incipiente de Reforma Agraria.
Por otra parte, es evidente que la huelga bananera abrió nuevos espacios en la sociedad hondureña, no sólo para la sindicalización de los trabajadores sino también para la ampliación de las conquistas y los derechos sociales de los mismos.
Otro elemento aportado por la huelga y que la investigación destaca fue haber dado los primeros pasos hacia el reconocimiento de un perfil muy claro de identidad nacional al conjunto de la nación hondureña. De hecho despertó in incipiente espíritu nacionalista en la población hondureña, similar a la recuperación de la autoestima nacional que se advierte ahora..
La huelga de 1954 tuvo también una dimensión cultural que contribuyó a despertar potencialidades hasta ese momento insospechadas. La capacidad de organización, el espíritu de solidaridad, la autonomía política y la cultura popular despertaron y se manifestaron en diversas maneras (música, poesía, dibujo y otras), aunque posterior a los acontecimientos decayó, limitada a esfuerzos de resistencia a las imposiciones del sistema. En determinado momentos la huelga sirvió como escenario para la fusión de la tradición popular con tradiciones más recientes que, sin embargo, expresaban lo más profundo de la psicología del hondureño común.
Vale destacar el aporte significativo de las mujeres en la huelga, tanto en los campos bananeros como fuera de ellos puesto que las obreras textileras de San Pedro Sula fueron las primeras en utilizar las posibilidades creadas por la huelga para el reclamo de sus derechos y justicia social. Las obreras asumieron el control de las fábricas y sus patronos se vieron obligados a negociar con los comités de huelga organizados por ellas.
Incluso el libro anota que las mujeres de las plantaciones bananeras en determinado momento propusieron la creación de un sindicato integrado por mujeres. Un año después, en 1955, ellas conquistaron el derecho al voto.

SEGUNDA PARTE

Los hechos del 2009

En un país donde la clase política empresarial fomenta el mito de que “no hay escándalo que dure tres días”, la resistencia al golpe de Estado del 28 de junio es un mentís rotundo. De hecho, entre abril y mayo de 2008 la también histórica Huelga de los Fiscales contra la corrupción pública se había prolongado 34 días. Era un aviso de que en la sociedad hondureña se venían gestando condiciones para fracturas profundas, pese a que más de cien años de vigencia de un modelo excluyente, bipartidista, mediático y alienante se había encargado de promover una mentalidad conservadora; calificada por muchos como aguantadora e insolidaria.
Ese modelo de hegemonía, que ha pasado por diversas etapas, ha tenido como elemento común negar los conflictos sociales y estar encabezado por una clase política-empresarial que no asume culpa alguna por el abuso de poder, la desigualdad y la pobreza generalizada, y que, en consecuencia, no siente remordimientos de sus actos.
La huelga de 1954 ya había propiciado el reconocimiento de derechos civiles y sociales fundamentales, pero para los grandes empresarios la energía subjetiva de la gente, su capacidad de reclamo y protesta, no debe conducir al cambio democrático sino al mercado. La condición de ciudadanía social no le ha sido reconocida a la mayoría de la sociedad hondureña, reducida a la condición de mano de obra o mercadería.
Bajo esas condiciones, en el país se ha promovido la fragmentación social, no la cohesión. En una sociedad que mueve su economía a partir del consumo, el consumo se volvió un mecanismo de segregación social. No se trata ya de que los trabajadores reciban vales que sólo podían cambiarse en los comisariatos de la compañía, sino que la mayor parte de la población no tiene recursos para adquirir los bienes a los que aspira y tiene derechos. Los pobres, que son mayoría, ven lo que desean a través de los escaparates, pero no lo pueden obtener. El acceso a una buena alimentación, salud, educación, vivienda y trabajo le fueron negados. El sistema, agravado por las políticas neoliberales de los años 90, terminó bloqueando la movilidad social y la sustituyó por la movilidad migratoria. (“Si no está gusto aquí, pues váyase, pero no se olvide de mandar remesas”). Se ha cocinado así una Honduras de resentimientos profundos y silenciosos. La llamada Prisión Verde, negadora de los derechos más elementales, desapareció con los años, pero dio paso a otra captura del Estado y otros actores de poder. El irrespeto a los principios de igualdad y equidad condujo precisamente a la situación caótica que estamos viviendo. Lo que se patentiza es la represión a la necesidad y demanda de cambios, aunque éstos sean simplemente para poner Honduras a tono con las conquistas o situación de otros países.
Se puede afirmar que a raíz del golpe del 28 de junio lo que se desató es una movilización sin precedentes contra el enclave político y económico que reemplazó progresivamente al enclave bananero del 54. Los enclaves son definidos como un Estado dentro de otro Estado y que retratan la expansión de grandes inversiones económicas que tejen a su alrededor un complejo entramado de conexiones políticas, sociales y culturales que lo resguardan..
Al enclave le acompaña siempre la desigualdad, aunque se presente como portador de democracia, modernización y civilización. Lo que vuelve fallida la transición constitucional iniciada en 1982 es, precisamente, haber tutelado, bajo la responsabilidad del bipartidismo, un modelo patrimonial, corrupto y asistencialista, creador de políticas de extracción de la riqueza pública y de subordinación social. Uno es el acceso a las leyes, justicia y bienes productivos para los dueños de esos enclaves y sus socios, y otro para el resto de la población.
Diversos estudios e investigaciones coinciden en que la construcción de un enclave implica todo un proceso de negociación del estatus social, de las jerarquías, de la movilidad social, de los valores, de redes y de parentescos y afinidades. Su poder no está dado por el número de sus integrantes, sino por el control que ejercen del Estado a través de una maraña de conectividades. ¿Cuántas familias están detrás de la orden de ejecutar el Golpe de Estado? ¿Cinco, seis, siete, diez? Ellas se reúnen, discuten y toman decisiones que luego se llevan a la práctica a través de los mecanismos institucionales de dominación.
En el debate necesario para comprender los 70 y más días de resistencia habrá que buscar nuevos significados políticos sobre el enclave hondureño, como formación social, económica, política y cultural. Habrá que determinar, por ejemplo, que tipo de identidad y de ciudadanía construye. De hecho, el Estado y la ciudadanía deben ser entendidos en la forma en como se manifiestan respecto al enclave.
En esa perspectiva, así como la huelga del 54 puede ser interpretada como la revuelta por la modernidad social, la resistencia del 2009 podría ser la revuelta por la modernidad política, entiendo que el acceso al poder es fundamental a la hora de tomar decisiones sociales, económicas o culturales.
Es difícil precisar en este momento, fines de agosto, cuáles serán los logros de esta coyuntura de lucha. Es indudable que los habrá y que posiblemente estemos ante un parteaguas histórico. En todo caso, dentro de esta polarización que a tantos sorprende porque no habían reparado antes en ella, de hecho se gesta en amplios sectores un sentido de pertenencia e identidad común, y ese es un logro fundamental porque es imposible construir acuerdos de nación sin una base compartida a partir de un sentido de pertenencia común.
Eso es lo que se resiste a entender o admitir la elite que a partir de meter al Estado en sus bolsillos promovió un proceso de segregación social de magnitud impresionante. Ellos se distanciaron ideológica y materialmente del resto de la sociedad. Todas las instituciones de integración y cohesión, desde la escuela hasta el sistema de justicia, fallaron a propósito, por eso son tan diferentes los estilo de vida y la historia personal de quienes alentaron el golpe con la de la mayoría de las personas que desde el 28-J salen a las calles a protestar. ¿Qué sentido tiene la vida de una persona excluida al pararse en una esquina del bulevar Juan Pablo II mientras pasa un auto de lujo manejado con soberbia? Para encubrir esa realidad recurren a la alienación producida a través de sus medios de comunicación o la esconde el Estado cooptado bajo estadísticas falsas, como la que habla de un sostenido avance en la matrícula escolar. Es posible que el porcentaje de niños y niñas que ingresan a Primaria haya aumentado, pero no en la proporción oficial que la sitúa cercana al cien por ciento. Nada se habla de la escasa capacidad de retención o de las cifras elevadas y cíclicas de deserción escolar. Para la CEPAL la tasa de escolaridad mínima para evitar la pobreza es de 12 años, pero en Honduras no llega ni siquiera a cuatro años. El panorama de la desintegración es más desalentador si le agregamos que el porcentaje de jóvenes que accede y termina la educación secundaria y universitaria es mínimo. La incertidumbre que vive Honduras en estos días es la misma que acompaña de manera permanente a la mayoría de los jóvenes respecto a su existencia.
Son los mismos dueños del poder los que han trasgredido las reglas del sistema y a los que no se les puede creer su súbita y apasionada defensa de una Constitución que han violentado muchísimas veces. Ellos pregonan un estado de legalidad, pero no lo respetan; hablan de una paz que no ha existido y convocan a una reconciliación fantasmal que siempre está acompañada de amnistías, condonaciones y contratos públicos.
De lo que se trata en la actual coyuntura, y que no quiere ser entendido por el enclave, es de reiniciar la transición constitucional que estaba sin rumbo democrático. La aspiración o el proyecto popular que se alienta no se reducen al tema de Manuel Zelaya Rosales, una figura que convoca tanto como rechaza. La derrota al golpismo pasa por la restitución del Presidente derrocado para que termine su mandato, pero el sentido de esta lucha va, o debe ir, más allá. El objetivo es crear condiciones para la transformación social del país, es un contra proceso a la exclusión social y creciente desigualdad que fragmentó a la nación, tanto humana como geográficamente.
En 1954 los huelguistas se enfrentaron a un sistema en condiciones de extrema desigualdad; hoy esa situación en lo esencial persiste y obliga a la dirigencia de la resistencia a pensar más allá de lo inmediato y cuestionar radicalmente al bipartidismo, cualquiera sea la bandera o la figura en la que se encubra. Este proceso ya es histórico, pero no debe pasar a la historia sin resultados concretos que le devuelvan al pueblo la confianza en sí mismo. La etapa de la catarsis quedó atrás en el primer mes de respuesta; ahora se plantean otras interrogantes: ¿Qué sociedad queremos para convivir?, ¿Qué tipo de Estado?, ¿Qué haremos con la impunidad histórica y con la institucionalidad colapsada?, ¿Cómo debe ser el sistema educativo y de salud?, ¿Cuál es el modelo político a surgir frente al bipartidismo fracasado?, ¿Cómo resolver nuestras diferencias?, ¿Qué proponer ante el colonialismo mediático?, ¿De qué descentralización hablamos?, ¿Qué hacer en lo inmediato ante la pobreza, la corrupción y la crisis mundial?, ¿Cómo responder a los malos gobiernos?, ¿Qué hacer ante procesos electorales que pervierten la democracia?.
Diferente a los hechos acontecidos hace 55 años, cuando la brutalidad del enclave frutero dio paso a 30 demandas concretas, ahora es la subjetividad el eje central alrededor del cual se articula el actual conflicto político hondureño, porque –entre otras razones- el modelo está en todo, ya no focalizado en una región o rubro. Esta es una resistencia colectiva, pero con un altísimo grado de individualización. A cada quien lo convoca a marchar motivaciones propias, muchas veces sin distinguir o tener claridad de los valores ideológicos en disputa o compartiendo espacio con personas que sirven al modelo corrupto que tanto se cuestiona. Para muchos se está en la resistencia porque es una manera de sentirse bien, de soñar otra nación y de encontrarse a sí mismo y a otras personas solidarias. A la juventud que no se ha perdido por sus propios prejuicios la oportunidad de participar, la lucha les está dando la ocasión de entender que es la democracia a partir de no haberla tenido o disfrutado nunca. La represión no hace más que cohesionar ese sentido. Los asesinatos, las torturas, las intimidaciones, las humillaciones que permanecen como moretes por los garrotes de la policía o por las declaraciones cínicas de los golpistas en lugar de amedrentar provocan indignación y coraje. Un basta ya es el ánimo con que la gente eleva su voz en las calles, pero también en muchos hogares, pueblos y caseríos. Entender ese proceso es empezar a resolverlo, pero no hemos llegado a ese punto. Incluso quienes dirigen la resistencia deben profundizar en ello para descubrir la dimensión ética de esta protesta. Los que se han declarado en rebeldía quieren escuchar a condición de ser escuchados. Y serán ellos y ellas quienes al final tomarán la decisión de seguir o frenar este movimiento. Esta es una crisis que pone en contacto con el dolor del pueblo, pero también con sus debilidades y temores, entre ellos llegar a ser víctimas de las traiciones de siempre. A este enclave también lo ha acompañado un monocultivo mental que debe romperse. En esa dirección es que se mueve esa resistencia íntima que se ha despertado en un sector de la hondureñidad que no puede ser cuantificado, pero tampoco ignorado o menospreciado.


A MANERA DE EPÍLOGO

Los hechos del 2009 y los del 54 son capítulos de la misma historia que se gestó en el siglo XX, pero, de alguna manera, estos 70 días y más son el vestíbulo para entrar al Siglo XXI. ¿Cómo se recordarán estos días dentro de 50 años?, ¿Cómo quedará la memoria personal y familiar de estos acontecimientos y del papel que cada uno asumimos en ella?
Los que investigarán y escribirán los hechos posiblemente ahora son niños y niñas de corta edad o por nacer, pero no se les escaparán los detalles. Se sabrá de actos heroicos y de cobardías, de aciertos y errores, sacarán a luz las historias escondidas, encontrarán archivos que no están a la mano, leerán documentos desclasificados, romperán las censuras, entrevistarán a los sobrevivientes y harán juicios de valor. Su trabajo no será fácil porque las memorias locales, regionales y familiares no trascienden. Los medios masivos y tradicionales de comunicación se esfuerzan a diario por ignorarlas. Sin embargo, la verdad puede permanecer oculta mucho tiempo, pero no todo el tiempo.
Ojala que en el futuro quienes se sienten a escudriñar en la hemeroteca –hoy con el candado de la dictadura – la historia de estos días, con el papel amarillento por los años, lo hagan de manera distinta a nosotros, bajo las condiciones del país deseado, y no tengan esa sensación de frustración anudada en la garganta por tanta injusticia y desigualdad acumulada y vigente. ¿Será que podremos lograrlo?

(*) Fragmento de un poema de Pompeyo del Valle reproducido en “El silencio quedó atrás”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario